Éste es el juramento que rezan los cardenales al votar:
“Pongo como testigo a Cristo el Señor, quien será mi juez, de que mi voto se otorga a quien ante Dios creo que debe ser elegido”.
Tres cardenales designados al azar, conocidos como escrutadores, tabulan los resultados ante la asamblea. Primero, cuentan las papeletas, y si el número de papeletas no coincide con el número de electores, se queman inmediatamente y se realiza una nueva votación.
Si el número de papeletas es correcto, los tres escrutadores leen cada papeleta, el último lee el nombre en voz alta y lo anota. Cada elector anota también el resultado en una hoja proporcionada para tal fin. Cada papeleta, tras el recuento, se remata con una aguja y se coloca en un hilo para mayor seguridad.
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Otros tres cardenales electores, elegidos al azar, los revisores, verifican el recuento de los votos y las notas de los escrutadores para garantizar que la tabulación de los votos se haya realizado de manera exacta y fiel.
Se eligen al azar tres cardenales electores adicionales como “infirmarii”, cuya función es asistir a los electores que, aun participando del cónclave, estén demasiado enfermos para estar presentes en la Capilla Sixtina. Los infirmarii llevan consigo una urna cerrada que, tras ser mostrada vacía a los demás electores, recibe los votos de los enfermos. Luego la devuelven sin abrir a los escrutadores.
Un católico necesita dos tercios de los votos —en este caso, 90— para ser elegido como el próximo Papa. El historial de cónclaves del último siglo muestra que el colegio elige a un nuevo papa, en promedio, en la tarde del tercer día, tras unas ocho votaciones.
El nuevo Papa
Cuando una sesión de votación concluye sin que ningún candidato alcance la mayoría requerida, las papeletas se queman con paja húmeda, lo que provoca que salga humo negro de la chimenea de la Capilla Sixtina. Sin embargo, si se elige un Papa, las papeletas se queman con un agente químico, produciendo el famoso humo blanco.
Sin embargo, antes de que eso suceda, hay un proceso que debe seguirse una vez que un hombre recibe el número requerido de votos.